martes, 5 de julio de 2011

PRONUNCIAMIENTO CIUDADANO


1.- No señalamos a nadie como culpable del crimen  de Eduardo Bravo, el punto es  que en este Estado nunca hay detenidos, ni indicios de posibles responsables.

2.- Exigimos a la Fiscalía que en el caso del Lic. Bravo Campos, al definir las líneas de investigación  no se descarte ningún elemento o pista por el cual se haya cometido el homicidio, incluyendo  la defensa de la Autonomía Universitaria.

3.-  Demandamos al Gobierno den a conocer resultados de las investigaciones de los múltiples asesinatos ocurridos en los últimos años, incluyendo las fosas, la de los Doctores Roqueta y Burciaga, estudiantes de la FECA, así como maestros y muchos otros ciudadanos duranguenses.

4.- Convocamos  a los colegios de profesionistas para pronunciarse en contra de la violencia que sufren sus agremiados y miles de ciudadanos en el estado.  

5.- Exigimos a las autoridades  alto a la impunidad.



Es lamentable que Durango ocupe el tercer lugar nacional en delitos del fuero común: secuestro, robo en sus distintas modalidades, extorsión, maltrato físico, homicidio.  Habiéndose incrementado estos delitos en un 30% como lo dio a conocer  hoy el Sistema Nacional de Seguridad. Esto coloca a la justicia y la seguridad  como un gran fracaso de las autoridades locales.

Nos solidarizamos con los familiares de las víctimas, y esperamos que las autoridades asuman su compromiso de salvaguardar la vida de los duranguenses.

Si eso no es posible, tendrán que asumir un juicio con la historia inmediata, porque ya estamos hartos de discursos, y queremos resultados.

En cuanto a nosotros duranguenses, se les invita a dejar atrás nuestra indolencia y convocamos a que hagamos una alianza ciudadana para recuperar a Durango.

¿Por qué Lalo?

Publicado: viernes 01 de julio de 2011
La Voz de Durango
http://www.lavozdedurango.com/noticias/durango/por-que-lalo

Juan Nava / La Voz
En el Durango de siempre nos conocemos todos. Tenemos cada quien nuestra historia, un devenir que sin ningún engaño, habla de nuestras familias y de nosotros. Difícilmente un duranguense engaña a otro. Las mentes brillantes en nuestro medio se dan poco, Eduardo Bravo Campos era una de esas.
Hoy nos falta Lalo, un par de asesinos le arrebataron lo más preciado, su vida.
¿Por qué Lalo?
La pregunta flota en el ambiente enrarecido de Durango en donde no parece haber respuesta alguna. Sus amigos se preguntan, y su bici de montaña no saldrá de nuevo a ninguna aventura. El Lalo brillante, deportista, amigo, admirado, triunfador, fue asesinado por una mente enferma, y no precisamente me refiero a sus ejecutores hijos del mal, renegados de Dios, sino a la mente sin remedio que planeó el asesinato del profesionista con toda alevosía y premeditación. Asesinaron a un duranguense ejemplar, y nos asesinaron a los demás duranguenses también. Entre la durangueñeidad, Eduardo Bravo era motivo de admiración y orgullo, pues era inteligente como pocos abogados. Jamás cargó una pistola como medida preventiva, pues no la necesitó, jamás insultó a nadie, pues era decente en demasía, educado, un ser humano con principios. Como abogado fue limpio y honesto, no merecía un final así.
Lalo creó el grupo ciclista "Correcaminos" con quienes practicaba ese deporte con entusiasmo. Sabía convivir, y a pobres y ricos, extraños y conocidos les otorgaba respeto siempre con su educación sobresaliente y siempre con humildad. Como profesionista no creo, no acepto, me es imposible creerlo, que haya perjudicado humanamente a alguien, siempre Lalo actuó apegado a derecho pues era de los poquísimos abogados locales que litigaba en base a jurisprudencia. Agudo como su padre don Juan Bravo Cuevas, Eduardo llevó su despacho a la excelencia profesional y quienes hayan trabajado con el extinto profesionista adquirieron hoy la enseñanza, gallardía y pulcritud que tanto don Juan como Lalo les enseñaron: amar a Durango, luchar por su tierra y su buen nombre, ser hijos de Dios en base a su honestidad y limpieza. A los trabajadores de ese despacho les heredaron como ejemplo de vida los mejores valores, con la ética siempre por delante.
Es muy difícil aceptar que un hijo de Durango como Eduardo Bravo fallezca en la plenitud de la existencia, con tantísimos éxitos, reconocimientos, amigos como tenía y es muy difícil controlar la ira y el coraje de saber que el asesino intelectual no tendrá castigo humano, en este convulso Durango en donde la violencia no tiene límite, donde las autoridades brillan por su ineficiencia, donde la corrupción avasalla por doquier, donde todo es sólo buena voluntad y discurso. Este Durango que tanto amamos que tiene y posee tantas bondades y que hoy para lamento de todos sus ciudadanos se ha convertido en tierra de nadie, donde la ley del más fuerte, o debo decir, ¿la ley del crimen? amordaza a la ciudadanía bajo un sudor de terror que parece no llegar a su fin.
Ojalá pueda esclarecerse el asesinato de Eduardo Bravo Campos, lo pedimos con exigencia, como pedimos y exigimos esclarecer los crímenes de Javier Saravia, Arturo Pérez Gavilán, los doctores Roqueta y Burciaga, y como el de tantos abogados que han muerto a manos de los tentáculos ominosos del crimen. Deben agotarse las pistas, ahondar en los rumores y cerciorarse si el crimen del reconocido profesionista Bravo Campos tuvo algo qué ver con el asunto de la Universidad Juárez como se presume entre la gente del exrector Rubén Calderón Luján, si tuvo algo qué ver con terrenos disputados al exgobernador Ismael a favor de la familia Avelar, si tuvo algo qué ver con el añejo asunto de la minera Romer, o algo qué ver con el asunto de la minera Bacis a favor de la familia Berlanga u otros casos que el abogado llevaba, como el caso de una niña que fue abusada por un muchacho de apellido Muller o aquel acuchillado al salir de una disco por el mismo señalado, asuntos que cayeron en manos de su despacho, si engendró odios por asuntos legales fuera de Durango, en fin, todas las pistas que conduzcan a esclarecer este hecho, que hayan motivado deseos de venganza.
Que actúen todas las instancias para que no vuelva a repetirse el triste caso de un duranguense brillante asesinado.

Cuando la barbarie nos alcanza

 Juan Ángel Chávez Ramírez.
Los duranguenses que no radicamos en la ciudad por razones de trabajo, hemos asistido en los años recientes al crecimiento incontrolable de una ola de violencia y crueldad delictiva que ha golpeado sistemáticamente a esta sociedad nuestra. He visto, a pesar de la distancia, como esa espiral sangrienta no ha detonado la indignada reacción colectiva de los habitantes y nativos de la entrañable ciudad de Durango, que parecen estimar que las centenas de enterrados en fosas clandestinas y las horrendas y periódicas apariciones de cuerpos decapitados y desmembrados, si bien son sucesos funestos, transcurren lejanos de su percepción doliente porque no afectan a personas de su familia o porque, aun cuando tienen lugar en Durango, no es en “su Durango”.
Habrá que decir, para ser precisos, que tal vez esta idea de lejanía con los acontecimientos nefastos, se genera a partir de una visión reducida del concepto de ciudad que conservamos en la memoria. Los miembros de mi generación, y de otras cercanas, concebimos a Durango como el casco viejo de la vieja capital; confinada al norte por la avenida Felipe Pescador, al oriente por la calle de Libertad, al sur por Las Alamedas y al poniente por la calle Arroyo. Una ciudad que parecía imperecedera, con las colonias tradicionales que marcaron sus contornos durante décadas: la Morga, la Santa María, la Guadalupe, la Benjamín Méndez, la Santa Fe, la J. Guadalupe Rodríguez, la Hipódromo, la Insurgentes, la Picachos, la Cuarto Centenario, la Valle del Sur, la Obrera o Silvestre Dorador, entre las más modestas y populosas, junto con los barrios de Tierra Blanca, Analco, San Antonio, El Escorial, La Ciénega, y El Calvario. Las colonias Nueva Vizcaya, Guillermina, Burócrata, Los Ángeles, Real del Prado, y La Esperanza. Esa casi visión, casi onírica, de “nuestro Durango”, se quedó detenida en los domingos de la Plaza de Armas, amenizados por una Banda de Música musicalmente más entusiasta y generosa que la actual, acicateada con amor y enjundia por los sucesivos directores de la dinastía De la Rosa; en el recuerdo de los jóvenes de todas las clases sociales girando en sentidos opuestos por sus corredores, para darse mutua cuenta de las vestimentas domingueras y, por qué no, para alentar la posibilidad siempre latente de que esa tarde se concretaran, por fin, romances más que platónicos que sólo tenían lugar cada semana, de 5 de la tarde a 8 de la noche. Los que ahora somos padres o abuelos evocamos el Durango de los lonches de Juanón, de las tortas de cueritos encurtidos del cine Victoria, de los sitios de automóviles de Catedral, de las paletas del Excelsior, de los cines de tres películas por un peso, de las funciones de box y lucha libre en el antiguo Cine Olímpico.
La mansa ciudad lejana que se nos escapa de la memoria colectiva, nada tiene que ver con las realidades globales o con la modernidad tecnológica de los tiempos actuales; nada tiene que ver con las diversiones y las amenazas de los días que corren.
Los días atrapados en la angustia memoriosa, en la añoranza estimulada por la crónica oral de los viejos, en la remembranza cordial con los amigos, se repasan pletóricos de personajes cotidianos, como pretendiendo retener de esa manera la paz y la tranquilidad que siempre fueron parte del encanto de ese “nuestro Durango” que, junto con la luminosa intensidad de su cielo azulado y profundo, nos proporcionaba el placer inefable de vivir en paz, de dormir con placidez, sin la zozobra de contar las horas en espera de la llegada nocturna de hijos o hermanos.
El proditorio asesinato de Eduardo Bravo Campos es un poco el asesinato de la esperanza, casi ingenua, de que la seguridad se restablezca en “nuestro Durango”, en el Durango de los habitantes de los nuevos fraccionamientos de clase acomodada o media baja, en las colonias populares y menesterosas, en los vecindarios marginados que hacinan a migrantes del campo a la ciudad. Pero este doloroso atentado, nos muestra también el grado de insensibilidad a que hemos llegado los capitalinos, enseña el tamaño de nuestra falta de solidaridad y exigencia ante el poder público, y deja en evidencia que es más cómodo asistir a una comida de mil comensales para festejar a personajes que no son ajenos a este clima de terror, que salir a manifestar nuestro repudio a la barbarie y a la impunidad de quienes la practican o la protegen.
Que descanse en paz Eduardo Bravo Campos y que no lo hagan nunca los que incumplen con el deber de proteger a la sociedad.
Publicado el 1 de Julio 2011, Periodico Victoria De Durango.
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